Por Andrea Ferreira Amancio y Juan J. Pezzutti
Tiranía de la rentabilidad máxima, sobreproducción e imperio del best-seller … Los grandes grupos editoriales son, desde hace algunos años, dirigidos por gente de negocios a quienes la calidad de las publicaciones no les importa tanto como el beneficio que puedan llegar a alcanzar. Las editoriales independientes y los valores tradicionalmente caracterizados por ellas – libertad de expresión, pensamiento crítico, calidad literaria, diversidad, etc. – se ven amenazados por la competición salvaje a la cual los someten los gigantes del sector, pero pueden llegar a resistir. ¿Cómo? ¿Cómo evitar desaparecer? ¿Cómo impedir una fusión inevitable con un macrogrupo? ¿Cómo mantener un espacio de diversidad bibliográfica en un mercado masificante? ¿Cómo considerar al libro como producto de la industria sin sacrificar su calidad literaria?
La situación actual no es la más propicia para la florescencia de las editoriales independientes. De hecho, entregandose el libro a las imponer corrientes mercantilistas de la globalización y del capitalismo, los pequeños emprendimientos se asfixian bajo el peso de las conglomeraciones empresariales que lo abarcan todo. La integración a un gran grupo es una opción para no desaparecer, y esto tiene sus ventajas, como la reducción de los costes de fabricación y la fuerte presencia que logran en las librerías – que no pueden resistir a la presión de estos grupos que representan un gran porcentaje del volumen de su negocio – pero trae como contrapartida la dificultad de conciliar su filosofía, que apunta a la calidad de sus producciones, con la exigencia de rentabilidad a corto plazo de los gigantes de la industria. Además, las fusiones instauran una unificación de las producciones, matando la pluralidad que garantizan tradicionalmente las pequeñas editoriales como espacios abiertos, creativos y dinámicos dónde se pueden desarrollar las expresiones y los pensamientos más distintos.
Es posible pensar una alternativa a la concentración financiera del mundo editorial. Para eso, las condiciones no estarían en la negación del mercado y de sus amenazas, ni en el aislamiento de las editoriales independientes, sino en el refuerzo de una lógica de redes y de colaboración a largo plazo que fomente su interdependencia. En este contexto nace el concepto de bibliodiversidad, que es, según la Alianza Internacional de los Editores Independientes (AIEI), « la diversidad cultural aplicada al mundo del libro (…) [haciendo] referencia a una necesaria diversidad de las producciones editoriales puestas a disposición de los lectores ». Este principio se ha traducido en una estrategia colaborativa que desde hace diez años prueba que es posible sobrevivir a la tiranía del mercado. Así, las editoriales de la AIEI han demostrado el resultado fructuoso de coediciones y ayudas a la traducción de obras, y el “Salon de l’Autre Livre”, la feria de editoriales independientes desarrollada en París en el pasado noviembre, probó que con una financiación pública mínima, ningún patrocinador privado y un presupuesto de solamente 15000 euros, se podía hacer un evento literario exitoso y gratuito para sus 5000 visitantes.
Este modelo todavía está en sus primeros pasos, pero la AIEI y el “Salon de l’Autre Livre” son ejemplos del éxito que puede lograr una estrategia tal para permitir a los independientes diferenciarse de la oferta editorial masificante y sobreabundante que reclama la circulación siempre más rápida del libro como producto mercantilizado. Este resultado prometedor nos permite también preguntarnos por qué no aplicar esta estrategia a otros sectores de la industria cultural, como el cine o las artes escénicas, o no ver otra alternativa a aquellas que da el mercado actual, porque si la crisis es una instancia para pensar retrospectivamente, entonces estamos en el momento de optar por desaparecer o reinventarnos.
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